22 Sep Música para tiempos convulsos: el fenimismo islandés de Reykjavíkurdætur
El hip hop siempre ha sido contestatario. Nacido en uno de los barrios más pobres de Nueva York, desde sus inicios ha servido de vehículo de expresión para la dura vida del ghuetto. El Bronx, epítome de barrio marginal, fue caldo de cultivo para un género que, heredando maneras de la expresión oral, escupía rabia en forma de rimas que describían la pobreza, el racismo y la desesperanza. Pronto, el hip hop dejaba de ser puramente descriptivo para ser conscientemente crítico, y en los ochenta, de la mano de bandas como Public Enemy y Grandmaster Flash and the Furious Five, el hip hop político nacía como subgénero, con discos dedicados enteramente a la denuncia social y política. Desde entonces, numerosos artistas han aprovechado la fuerza de la rima para hacer denuncia social, desde Tupak Shakur a Ice Cube o, más recientemente, Kendrick Lamar.
Con el paso de los años, el hip hop se ha convertido en un género global, encontrando huecos en los que reproducirse en otro barrios desfavorecidos. El hip hop latino, nacido en las favelas de Sao Paulo o en las calles más pobres de La Habana o Monterrey; o el rap francés alimentado por las banlieues, son dos de las asimilaciones más recononcidas. Pero a medida que conquista nuevos territorios, el compromiso social del hip hop deja de fijar su vista en lo económico y lo racial y abre su abanico a otras luchas. Como la protesta feminista, dando paso a otro nuevo subgénero dentro del subgénero: el hip hop feminista. El término, acuñado en 1999 por la periodista y crítico musical Joan Morgan, está basado en el black feminism pero con la idea de dar cabida a las mujeres que crecían dentro de la cultura del hip hop. Desde Reikiavík, capital del «mejor país del mundo para nacer mujer» según el Foro Económico Mundial, Reykjavíkurdætur recogen el testigo del hip hop feminista para demostrar que, aunque Islandia sea el país con menos diferencias entre los derechos de hombres y mujeres, todavía existe una brecha con la que hay que acabar.
Pero incluso antes que para ayudar a denunciar las desigualdades entre hombres y mujeres, Reykjavíkurdætur se formó para luchar contra la misoginia de la escena hip hop islandesa. Un país que tiene como tesoro nacional a una mujer, Björk, y que acepta con total normalidad las bandas y solistas femeninas en el pop o la electrónica, rezuma machismo cuando se trata de la escena hip hop. «Islandia no es el paraíso que la gente cree desde fuera. Sabemos que hemos recorrido mucho camino, pero aún queda mucho más camino por recorrer», aseguraban Reykjavíkurdætur en una entrevista el año pasado. Reykjavíkurdætur son un colectivo con una formación variable de entre 15 a 19 miembros que crecieron escuchando a Missy Elliott, Jojo Abot, Nneka o Shadia Mansour: todas ellas mujeres fuertes en un entorno hostil. Y decidieron que ese era también su territorio.
Las componentes de Reykjavíkurdætur se reúnen una vez a la semana para discutir el futuro del proyecto, redefinir su visión y buscar soluciones a los temas que les afectan como banda y como mujeres. Pero también para rapear, para crear sus canciones y para trabajar en las letras. Unas letras incómodas que tratan asuntos espinosos como el abuso sexual, la cultura de la violación, el body shaming, la igualdad de género y, en general, el empoderamiento de la mujer. «La gente habla de nosotros por nuestro género, no por nuestro talento. Se habla demasiado de que somos sexys, de nuestra ropa o de nuestra actitud», se quejaban amargamente en la misma entrevista. «Eso es lo que pretendemos cambiar», sentencian. Y aunque en su país sufren un importante ninguneo por parte de la prensa especializada, de las emisoras de radio y del resto de la escena, en Europa han empezado a llamar la atención en directo por el descaro y la energía de sus conciertos. Y también por su mensaje. En 2016 desplegaron su vibrante show en el Festival de Benicàssim y el domingo 24 de septiembre lo harán en el BAM (Barcelona Acció Musical). Con la intención de celebrar su feminidad y de servir de ejemplo para todas las mujeres que buscan crear un hueco en espacios dominados exclusivamente por hombres. Son las hijas de Reikiavik (traducción literal de su nombre) y eso tiene que significar algo.
Más allá de la imagen del rapero violento, ambicioso y misógino, culpa del auge del gangsta rap a principios de los 90, el hip hop tiene una importante historia de protesta social y reivindicación. Aunque orbiten en la aceptación del feminismo de la mujer negra, estos dos libros son una muy buen introducción al hip hop feminista y su significado y alcance.
La escritora Joan Morgan es una de las voces más reputadas a la hora de relacionar feminismo y hip hop. Su libro When Chickenheads Come Home to Roost. A Hip-Hop Feminist Breaks It Down creó todo un lenguaje para dar espacio y visibilidad a las mujeres que intentaban conciliar su feminismo con su pasión por el hiphop.
Otro trabajo para entender el fenómeno del acercamiento feminista al hip hop es Home Girls Make Some Noise!: Hip-Hop Feminism Anthology, una obra coral en la que a través de ensayos, entrevistas y textos de colaboradoras del mundo del hip hop y activistas del feminismo se hace una exploración del hip hop como espacio para articular una nueva política de género.
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